Por Diego SBERNA

Experto en Conservación del Ambiente,Ecología del Paisaje y Antropología

En el debate internacional al cual estamos presenciando en la actualidad, podremos explicar básicamente que las causas de las variaciones naturales del clima en la Tierra tienen que ver con las fluctuaciones de los gases a efecto invernadero presentes en la atmosfera en general, donde los mismos, según su concentración y repartición, influyen en el aumento o la disminución de las temperaturas en el planeta. La concentración de estos gases depende de la capacidad de absorción y/o difusión por parte de los océanos, coberturas vegetales terrestres y actividad volcánica.

 

Por otro lado, las causas antropogénicas de las variaciones del clima dependen principalmente, según los científicos expertos en cambio climático (IPCC, 2007), de su actividad industrial en emitir estos gases a efecto invernadero como el vapor de agua (H2O), el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), y el óxido de nitrógeno (N2O) entre los más conocidos. De hecho, se detectó que los aumentos de temperaturas al nivel mundial van de la par con el aumento de la concentración de CO2 en el aire. Es por esto mismo que los grandes protocolos de lucha contra el Cambio Climático tratan de disminuir a lo máximo posible las emisiones de CO2 fomentando el uso de energías dichas “limpias”, transportes públicos, bicicletas, reciclajes, entre otro. Esta breve explicación del porqué del Cambio Climático, en términos muy simplificados, nos lleva a considerar la reflexión siguiente.

La humanidad y la naturaleza, esta gran dicotomía hizo chorrear mucha tinta desde tiempos antiguos hasta la actualidad. Esta dramática división que se hizo entre las sociedades y el ambiente, a través de las filosofías occidentales, acentuó cada vez más nuestro distanciamiento como Seres Humanos de nuestra “primera casa”: el Planeta Tierra. En efecto, vemos que gracia al enfoque del ecomarxismo, la acumulación del capital conlleva con el tiempo una crisis económica por culpa de las condiciones de sobreproducción pero también una crisis ecológica por las condiciones de subproducción (O’Connor, 1998). En este último caso, entendemos la habilidad que tuvo el hombre con la ayuda de las filosofías occidentales a objetivizar los recursos naturales para justificar su explotación con los fines de responder a sus necesidades de producción creciente para acumular cada vez más capital. La naturaleza se transformó entonces en esta famosa “materia prima” para poder empezar todo proceso productivo básico. Hasta en el sector primario como el agropecuario, el hombre se cree un dios todo poderoso con la transformación genética de la vegetación para que vaya respondiendo de manera más eficiente a sus deseos consumistas. Esta irracionalidad ecológica de la racionalidad económica nos llevó como Sociedad Mundial a un auto contradicción sin precedente ¿Cómo pretendemos convivir en un planeta con recursos naturales agotables si la única mira, que tienen nuestras economías, es su agotamiento? ¿Cómo haremos para vivir en un mundo que no tenga más la capacidad de proveer las necesidades básicas para nuestra supervivencia como especie? ¿En definitiva, como podemos considerarnos dueños de un planeta cuando en definitiva somos biológicamente dependientes del bienestar ambiental en general?

En la actualidad, la lucha para el acceso y la explotación de los recursos naturales se hace sentir cada vez más en los cuatros puntos cardinales del globo terráqueo. El agua, el petróleo, la madera, los minerales, etc…, se convirtieron en objetos de lujuria donde los fines terminan justificando los medios. De hecho, y como lógica consecuencia, somos actualmente los espectadores de guerras interminables donde las sociedades se enfrentan geopolíticamente para la posesión de los recursos naturales. Estamos, sin lugar a duda, presenciando una crisis de civilización donde los seres humanos cayeron en un irrespeto mutuo, y donde la naturaleza se convirtió en un objeto de deseo materialista en vez de considerarla como un sujeto de derecho y respeto espiritual. Sin embargo, y para contrarrestar esta tendencia destructora, aparecen de a poco movimientos políticos ecologistas como también grupos de personas aisladas que desean un mundo mejor y más amigable con el ambiente. Grandes organizaciones mundiales, como puede ser la Organización de las Naciones Unidades, sobresaltaron en su agenda la necesidad de luchar contra el deterioro de la naturaleza a través de la implementación de políticas públicas de desarrollo sustentable apuntando a un equilibrio armonioso entre la Sociedad, la Economía y el Ambiente. Esta trilogía ya famosa en los grandes protocolos internacionales de lucha contra la pobreza, el cambio climático, la explotación infantil, los derechos humanos con un especial enfoque en el derecho de las mujeres, etc…, genera una tripartición en nuestra realidad donde cada concepto tiene sus lógicas propias. Grandes especialistas tratan estos temas de manera independiente. Sin embargo, a la luz de la racionalidad ambiental, las disciplinas y ciencias se están acercándose una de las otras para empezar a analizar y entender las realidades territoriales de manera más holística, integral y transversal. Entendemos de a poco que la sociedad no es separable del ambiente al igual que la economía no puede tener una vida independiente sin considerar a sus pares anteriores. Fusionando los conceptos, la Sustentabilidad no es la interrelación de sus partes divididas, pero la suma de sus partes retroalimentadas y en permanente dinámica cinegética. En definitiva y en términos simple, la Sustentabilidad es la energía que debería hacer mover nuestro Ecos, la esencia fundamental de nuestro Hábitat.

En esta nueva Sociología Ambiental (Leff, 2011) que pretende aportar una solución a los problemas societales que se están presentando a través de la crisis ambiental en nuestros tiempos modernos, podríamos tal vez considerar que sigue faltante el hijo rebelde que se independizo de sus padres hace varios siglos atrás: la Economía. Necesitamos entonces profesionales formados de manera inter y transdisciplinaria, dominando los diferentes enfoques, conceptos, metodologías y teorías de las tres ciencias fundamentales de un ordenamiento territorial completo y perene en el tiempo: Ciencias Sociales, Ciencias Ambientales y Ciencias Económicas. Estos futuristas “ingenieros socio-ambientales” permitirán entonces, según nuestro juicio, la construcción de una Sociedad Mundial más justa y equitativa entre sus agentes, y en definitiva más amigable con el Ambiente devolviendo a la Humanidad su rango de especie como parte integral de un ecosistema planetario. Somos entonces partes de un mismo espacio y tiempo, donde tenemos tanto los derechos como los deberes de convivir armónicamente con las demás especies vegetales y animales, utilizando los recursos que nos provee la naturaleza de manera razonable, equitativa y respetable. Considerando esto, como especie no podemos seguir destruyendo el mismísimo lugar donde uno vive. Es como un suicidio indirecto y paradójico. No hay razón lógica en agotar los recursos naturales para el bienestar social si el mismo agotamiento engendrará la desaparición de nuestra propia especie con sus sociedades.

Sintetizando lo que venimos considerando hasta ahora, parece entonces inexplicable ecológicamente hablando que la humanidad, y principalmente la influenciada por las razones y retóricas de las filosofías occidentales, se haya adueñado de un mundo que no le pertenece en absoluto. Este sentimiento de propiedad nació junto con el concepto de capital y su acumulación. En efecto, como podríamos considerar que una persona podría acumular un capital sin ser previamente el propietario de un capital primitivo (Marx, 1867). Nuestra conceptualización y prácticas económicas nos llevaron progresivamente hasta esta soberbia de nuestras sociedades donde cada roca, árbol, rio, animal tiene su valor intrínseco monetarizado para poder apropiarnos legítimamente de estos recursos naturales. Este sentido de la propiedad se degenero de tal manera que el mismo ser humano empezó a esclavizar a sus pares con fines productivos y comerciales. Homo homini lupus, “el hombre es un lobo para el hombre” (Thomas Hobbes, El Leviatán, Siglo XVII). De este dicho latino de Plauto recuperado por el famoso filósofo ingles en una de sus obras maestras sobre el comportamiento egoísta del individuo en las sociedades occidentales, pensaremos que las cosas cambiaran siempre y cuando el ser humano deje de ser su principal depredador.

Concluiremos entonces nuestra breve reflexión sobre esta gran cuestión de la relación entre la humanidad y la naturaleza, citando la acertada mirada del poeta Charles Alexander Eastman, también conocido por su nombre Dakota Ohiyesa (El Alma de un Indio, 1911):

“Esta madre salvaje no sólo posee como guía la experiencia de su madre y su abuela y las reglas aceptadas de su pueblo, sino que también trata humildemente de aprender una lección de las hormigas, las abejas, las arañas, los castores y los tejones. Estudia la vida familiar de los pájaros, tan exquisita en su extensión emocional y su paciente devoción, hasta que le parece sentir el corazón maternal universal latiendo en su propio pecho.”

 

Salta Capital, 2015.

 

Diego SBERNA

Experto en Conservación del Ambiente,

 

Ecología del Paisaje y Antropología.